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Ser un ‘grammar nazi’ es la nueva selección natural del ser humano. Escribir bien es sexy. Si lo haces, tendrás más éxito en redes, además del respeto de la comunidad de humanos que habitamos el planeta. En estos tiempos cretinos el erotismo cuelga de un acento.
Internet, las RRSS, las aplicaciones instantáneas de mensajería… han hecho estragos con la ortografía. El primer atentado vino de la mano de los SMS: escribir correctamente podía incluso triplicar el costo de un mensaje. La mayoría de alfabetos con los que funcionaban los móviles no reconocía algunas letras con acento y la buena ortografía se penalizaba económicamente.
Ser un grammar nazi salía caro. El TOC ortotipográfico exigía rascarse el bolsillo. Fue así como nos acostumbramos a suprimir caracteres para ahorrar tiempo, además de dinero. Vocales sobreentendidas, la ‘k’ en lugar del ‘que’ y todo el repertorio consabido de atrocidades. Twitter colaboró con su primitiva limitación a 140 caracteres, que tanto contribuyó a que adoptáramos un estilo entre telegráfico y analfabeto.
El deterioro de la educación también ha tenido parte de culpa, pero ese tema daría para otro artículo. Baste recordar que cada año, en las pruebas para conseguir una plaza en muchos empleos, un alto porcentaje de las mismas quedan vacantes. Un buen número de opositores fueron descartados por sus faltas de ortografía. Algunos examinadores cuentan incluso cómo vieron redacciones en las que se escribía ‘tb’ en lugar de ‘también’.
Todo esto ha creado el caldo de cultivo perfecto para que un varón en edad fértil, razonablemente sano, rompa el hielo en Tinder con algo parecido a “ola wapo, k tal? m gusta muxo t prfil. Kdamos?”. Una lluvia de bromuro, un inhibidor de libido, un conjuro antiromántico. Que HUEVA.
Hablamos de personas con derecho a voto, que comen tres veces al día y cuya atención sanitaria sufragamos con el erario público. Esa gente está ahí afuera, tecleando con la osadía de un borrico. Y, claro, junto a esas amputaciones están las faltas de ortografía de toda la vida, las patadas al diccionario. El horror.
Las nuevas modalidades de abordaje romántico hacen que la ortografía sea uno de los elementos más valiosos a la hora de presentarse. Es lo único visible sin discusión. Podemos usar una foto falsa, mentir sobre la edad, chatear en pijama (algo impensable en una discoteca o cara a cara en un bar), hacernos pasar por quienes no somos… Pero la ortografía será siempre nuestra tarjeta de presentación, no falsificable.
Las cagadas ortográficas son como abrir la puerta de nuestra alcoba y enseñar una cama deshecha, mostrar unos dientes sin cepillar, ojos con lagañas, arena en las alfombrillas del coche. Nuestra tajante recomendación es por tanto:
SI VAS A SU CASA Y NO DISTINGUE ‘A VER’ DE ‘HABER’, NO TE LO COJAS.
Por un lado hay un elemento en la especie humana de aprecio instintivo por las buenas parejas sexuales en términos de inteligencia. La selección nos empuja a buscar ejemplares no sólo sanos o bellos, sino inteligentes, y la buena ortografía es un primer indicio de buena formación.
Hay coherencia evolutiva en ello. Pero, como en todo, hay discrepantes. Ahí está la anortografofilia, una parafilia consistente en encontrar placer, o sexualmente estimulantes, las faltas de ortografía, y que se suele vincular a la excitación que producen los macarras. Sus partidarios están de enhorabuena en estos tiempos de Whatsapp: las faltas proliferan.
“t voi a demosTrar lo muxo ke t KIERO, kiero darte i sumbarte, voi a rebentarte”.
Por otro lado, ¿quién no se ha sentido halagado durante una sesión de sexting cuando nuestro interlocutor empieza a escribir atropelladamente –¡o con una sola mano!– debido a la excitación?:
“vEN aqu q te boy a dar lo tuyo”
Pero hay algo intrínsecamente atractivo en una redacción cuidada, como en casi toda faceta que denote esmero, esfuerzo, atención a los detalles. Quienes aprecien la ortografía, empezarán a salivar al encontrarse con alguien que utilice los signos de apertura de interrogación y exclamación (algo deliciosamente exótico y exclusivo del castellano, al menos desde mediados del siglo XVIII). La sintaxis es sexual, y una acento bien puesta toca la zona más erógena que existe: el cerebro.
— **¿Es guapo? ** — Escribe con acentos.
Y no hablemos ya de usar bien los signos de puntuación. Le tengo dicho a mi madre que le daré nietos cuando encuentre a alguien que use el punto y coma, esa delicada rareza, en una conversación de Whatsapp. Alguien que entiende y capta la cadencia con la que las palabras salen de nuestras bocas, alguien que aprecia su excéntrica grafía, por fuerza debe de ser alguien sensual o sofisticado en la cama. O no. Y no hablemos ya de los imperativos correctamente formulados, terminados en esa D autoritaria, que por el desuso empieza a parecernos pedante:
“Idos a un hotel”
La ortografía es afrodisíaca y casi provocativa a día de hoy. Imaginemos una de las más hermosas escenas del cine, la del final de ‘Casablanca’, cuando Rick, con su gabardina cortés, destruido por dentro, se dirige a Ilsa en una aeródromo brumoso para instarle a que se suba a ese avión, al jodido Electra Junior de hélices nerviosas, que se llevará lejos a su amor, sacrificándose para combatir la amenaza fascista. Imaginemos que alguien pusiera por escrito sus palabras y leyéramos:
_”Tiens idea d lo k t spera si te kdas akí? Creeme, los dos acabariamos n un campo de cncentracion. Perteneces a Victor. Ers parte d su obra, ers su bida. Si ese abión despega y no stás con el, lo lamentarás. Tal vez no aora, tal vez no hoy ni mañana, xo mas tard, toda la bida”. _
¿A que no? En estos tiempos cretinos el erotismo cuelga de un acento.
Fuente: GQ
Adaptación: Redacción GGM